la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Víctor Basterra, el hombre que retrató a los represores argentinos / entrevista de Ramy Wurgaft, El Mundo 2010

Fotos de los represores tomadas por Basterra.


Nuestro anfitrión llega con más de una hora de retraso pero aunque hubiera tardado el doble, no hubiésemos notado su demora. Así de absortos estábamos en la contemplación del afiche en que aparecen las fotos de los oficiales que estuvieron al mando de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en la época en que alojaba al mayor centro de detención y tortura del régimen militar, entre los años 1976 y 1982.
Han pasado seis años desde que el edificio de muros almenados, fue convertido en Museo de la Memoria. Pero los ojos fríos que nos observan desde la pared, todavía tienen la capacidad de infundir miedo.
Víctor Basterra, la persona a la que aguardábamos, los mira como si se fuesen viejos conocidos suyos y de cierta forma lo son. Pero conviene relatar su historia desde el principio.




Víctor Basterra

Diciembre de 1979. El guardia le quitó el capuchón de un manotazo y Víctor Basterra sintió que el sol le quemaba las pupilas como si lo fuera a enceguecer. El prisionero había permanecido varios meses con la cabeza cubierta y tumbado en el piso de la Capucha, como llamaban a la sala maloliente, húmeda y llena de lamentos, donde los represores de la ESMA arrojaban a los hombres, mujeres y niños que secuestraban.

Lo primero que vio Basterra, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, fue una mesa repleta de comida y sentado a la cabecera, a Luís D’Imperio, el capitán que solía aplicarle la picana eléctrica. Pero en esta ocasión, el torturador a quien los presos apodaban Abdala, lo miraba con una chispa jovial. “Es tu día de suerte”, le dijo con ironía el oficial. “Pensamos que aún siendo un rojo de m…nos podés ser útil”.


SER FOTÓGRAFO LO SALVÓ
El expediente de Víctor decía que era un obrero gráfico con amplia experiencia en su oficio. Justo lo que necesitaban Abdala y sus secuaces para confeccionar documentos falsos a los militares y civiles que intervenían en la maquinaría que había puesto en marcha el régimen para liquidar a los insurgentes.

Al ser secuestrado, en agosto de 1979, Basterra trabajaba en la oficina de Valores Bancarios, donde había aprendido los procedimientos para evitar la falsificación de cheques y de bonos del Estado. Ahora, convertido en mano de obra esclava, debía aplicar esos conocimientos pero a la inversa. La idea era proporcionar a los esbirros una identidad postiza: la de respetables agentes de la Policía Federal, encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos.

“Yo tenía un buen manejo del pulso para falsificar firmas y como fotógrafo también me las arreglaba. Merced de esas habilidades me asignaron un trabajo mucho más complejo: la falsificación de pasaportes”, cuenta Basterra.

A Becerra y a su compañero Carlos Gregorio Lorquipanitze, otro prisionero, les llevó meses producir un “prototipo” en todo semejante a un pasaporte auténtico. Lo más difícil era reproducir la marca de agua que llevan impresos los documentos oficiales.

Después de probar con diferentes aditivos y las tintas más variadas, obtuvieron una marca que sólo el ojo entrenado de un experto hubiera diferenciado de la real. “Le enseñamos el pasaporte en blanco a Horacio Pedro Estrada, el número dos de la ESMA y él frunció la boca en señal de aprobación”.

SOLICITUD SALVADORA

La fama que involuntariamente se hicieron Víctor y Carlos Gregorio, se difundió por todo el estamento militar. En mayo del 1982, cuando la dictadura se desmoronaba por su derrota en la Guerra de las Malvinas, un tipo demacrado y tembloroso apareció en el taller de falsificaciones de la ESMA. Era Alfredo Astiz, el tenebroso jefe del grupo de tareas que secuestró y dio muerte a las monjas francesas Alice Dumon y Léonie Duquet y a la adolescente argentino-sueca Dagmar Hagelin.

El famoso verdugo había perdido su aplomo de antaño. Le urgía que le confeccionaran un pasaporte para huir del país, antes de que se restaurase la democracia y los juzgaran por sus crímenes. “Para encubrir su identidad eligió el apellido judío de…!Abramovich!”, cuenta Víctor, estrujándose de la risa.

De baja estatura pero de complexión fuerte, Víctor había sido boxeador e integrante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Era un hombre hecho para resistir las más duras pruebas. No se habría prestado a la tarea que le impusieron si de esa tarea no hubiese dependido la liberación de Lorquipanitze, quien llevaba más tiempo que él soportando la peor de las torturas: no saber si un día cualquiera sus captores decidirían ejecutarlo.

PLANEANDO LA VENGANZA
Pero a los jerifaltes del campo de concentración les costaría caro haberse valido de la pericia de Basterra para sus oscuros planes. Poniendo en riesgo su vida, el obrero gráfico guardó en un escondite los negativos de las fotografías que les tomaba a los militares. “Hacía con los rollos un canuto y cuando comenzaron a darme licencia para salir por unas horas a visitar a mi familia, ocultaba los film entre el pene y los testículos y los llevaba conmigo”, cuenta el superviviente.

En su afán por reunir evidencias contra sus captores, Víctor rescató de la hoguera a la que las habían arrojado, las fotos que los represores les tomaban a los hombres y mujeres que atrapaban en sus cacerías y que luego hacían desaparecer. El material que sustrajo fue la piedra angular del histórico juicio al que fueron sometidos los integrantes de la Junta Militar en 1985, así como del procesamiento de decenas de sus subalternos y cómplices.

CAPTURA
Al obrero gráfico y activista político lo secuestraron de su casa junto con su esposa Dora Laura Seoane y su hija María Eva, que entonces tenía dos meses.

“El puñetazo que me dieron fue tan fuerte que me arrancó una muela y me dislocó la mandíbula. Tan pronto como me llevaron a la ESMA, comenzaron a darme máquina (choques eléctricos). Dora Laura también fue torturada, pero a ella y a mi hija las liberaron. Les convenía mantenerlas como rehenes para que yo cumpliera con la tarea que me tenían reservada”, cuenta nuestro interlocutor.

Víctor Melchor Basterra fue liberado a finales de 1982 y actualmente es uno de los directores del Museo de la Memoria que funciona en la antigua sede de la ESMA.

Ramy Wurgaft
 Buenos Aires

Fuente: El Mundo

Nota del blog: Muchísimas gracias a la periodista venezolana Edén Valera por enviarme este artículo.